EL GANADOR DEL DOMINGO

 


A estas alturas, es claro que las elecciones de este domingo 11 tendrán como ganador a Pedro Castillo: pase o no a la segunda vuelta y quede en el lugar que quede en el resultado final, ya ganó por el relieve y significación que ha cobrado su candidatura y que lo ubica como una nueva y fuerte opción política en medio de la grave crisis que vive el país.

Ninguno de los candidatos que aparecerán primero en los resultados pueden considerarse ganadores, sus votaciones serán de pitufos y las obtendrán (en el caso de los candidatos de derecha) al precio de una millonaria campaña y el abierto apoyo de los grandes medios y de los empresarios. En cambio, la candidatura de Pedro Castillo ha emergido contra todo ellos y se sobrepone a la montaña de injurias que se le lanzan, gracias al apoyo entusiasta y esperanzador que recibe de sectores populares.

Pedro Castillo encuentra su apoyo entre los sectores más radicalizados de la población: profesores maltratados y ninguneados por el Estado, campesinos pobres, pequeños propietarios y gente del campo arruinados por las políticas del Gobierno, y que ven a los grandes empresarios y sus partidos a los responsables de la crisis, y ante lo cual aspiran a una salida radical. No es casual que el mismo Castillo una a su condición de profesor de escuela primaria fiscal, el ser un campesino cholo y cobrizo, que es el perfil de los que en el Perú más sufren en estos días.

El ascenso de Castillo pone de relieve un fenómeno: la crisis que sacude al país removió la precaria “estabilidad” de las clases sociales y sectores de ellas, parte de los cuales ahora se desplazan hacia los extremos en busca de salidas de fondo; así como las capas altas de clase media vuelcan su apoyo hacia salidas reaccionarias (López Aliaga, Keiko Fujimori), los sectores más empobrecidos de la clase media se inclinan hacia el otro polo encarnado por Castillo.

En este cuadro, las opciones de centro pierden espacio y ellas incluyen a Verónika Mendoza. Sintiéndose segura luego de su alta votación del 2016, del agrupamiento en torno a ella de los principales partidos llamados de “izquierda”, ONGs y del abierto apoyo de la CGTP, Verónika se desplazó al centro, adelgazó su programa y empezó a discursar para complacer a la burguesía y contar con su venia para abrirse camino a Palacio.

Por ejemplo, solo ayer Verónika declaraba con satisfacción que había recibido el “respaldo” de los empresarios de ADEX y de la Sociedad de Industrias, y que estos no tenían temor por su candidatura. Aunque fue desmentida a las pocas horas por el  propio gremio empresarial, el hecho es bastante ilustrativo de su actual orientación. Este mismo ablandamiento le ha permitido recibir el apoyo de intelectuales, escritores y artistas, quienes la han posicionado con expectativa en los sectores de altos ingresos. Es obvio que estos sectores no ven a Verónika como una amenaza “chavista”, como la pintan los sectores más reaccionarios, sino como una opción de manejo responsable del Estado, ante la ausencia absoluta de alternativas burguesas más o menos decentes. Pero esto también ha significado que Verónika le de espaldas a la clase obrera y sus reivindicaciones, dejando desguarnecido su flanco izquierdo que es donde se ha posicionado Castillo.

En este contexto, los medios que responden a los grandes intereses pasaron primero de tratar con indiferencia a la candidatura de Castillo, para después, cuando empezó a asomar la cabeza, lanzar contra él infinidad de calumnias tratando de bajarlo. Hicieron lo mismo durante la gran huelga magisterial del 2017. Pero, como entonces, ahora tampoco lo hacen sin resultado alguno, porque nunca, ninguna campaña, surte efecto cuando los de abajo escuchan lo que quieren escuchar. Y en caso pase a la segunda vuelta, toda la reacción confía en que azuzando el miedo lograrán unirse y unir a la mayoría (aunque ese candidato sea Keiko Fujimori), en defensa del orden. Su orden.

Pero, ¿cuánta amenaza significa en realidad la candidatura de Pedro Castillo para dichos sectores? El discurso de Castillo es “radical” pero al mismo tiempo limitado, contradictorio y, en algunos aspectos, hasta retrógrado. Ofrece Asamblea Constituyente, nacionalización de los grandes recursos naturales, presupuesto para salud y educación; medidas indispensables que constituyen la base del apoyo que ha ganado. Pero con sus expresiones xenófobas y en contra de los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales, se da la mano con su otro polo extremo, con López Aliaga y los más reaccionarios.

Pero también parece que se ablanda tal como aumentan sus posibilidades; tal como sucedió con Ollanta Humala que pasó del polo rojo al polo blanco en la segunda vuelta, y después cuando gobernó para los ricos; y como lo vemos que sucede con Verónika. En la entrevista que estos días le hizo el canal internacional CNN a Pedro Castillo, éste dijo que “no aplicará ningún impuesto a los ricos porque ellos generan empleo”. ¿Qué sucedió? ¿Cómo así no tocará a los más ricos con un nuevo impuesto mientras, por otro lado, ofrece “nacionalizar” sus empresas? Además, algo elemental: ¿cómo piensa obtener recursos para atender sus promesas de pagar la deuda social y los aumentos a los maestros, y la asignación de recursos para mejorar la educación pública?

Aunque este cambio se hará notar tanto si pasa a la segunda vuelta, desde sus predios se la envuelve con el argumento de que todo vale cuando se trata de ganar las elecciones, reduciendo todo su plan a un simple juego electoral.

Las reglas de juego de la burguesía son muy claras, y en lugar de dar margen para entregar concesiones a los trabajadores y al pueblo desde el gobierno, lo que reclaman son medidas de ajuste que les permita recuperar sus ganancias. Esto es lo que con claridad le ofrecen los sectores de derecha. Por eso el profesor Castillo, si llegara al poder, no tiene ni un mínimo margen para sus atender sus ofertas de campaña.

Incluso, si quisiera seguir el camino de Chávez estaría condenado al más absoluto fracaso por lo que vemos que sucede en Venezuela, que ha terminado en la ruina absoluta por un experimento que no ha querido ir más allá de preservar la gran propiedad capitalista. 

La grave crisis del país tiene dos salidas: o la burguesía hace pagar los costos de la crisis a la clase obrera y al pueblo pobre, o estos se lo hacen pagar a la burguesía. Y cualquiera de estas dos salidas se impondrá como resultado de una lucha abierta y no de la voluntad de ningún gobierno, cual sea su color.

Esto implica oponer al plan reaccionario de la burguesía un plan obrero, que contemple un conjunto de medidas como la nacionalización de los principales y más grandes grupos capitalistas, en camino de un Gobierno de los Trabajadores, que es el único que podrá ponerla en práctica hasta el fin. Y este camino solo se podrá adoptar con la clase trabajadora movilizada y poniendo en pie a sus propias organizaciones, y arrastrando a los sectores empobrecidos del campo y la ciudad, con un partido auténticamente obrero y revolucionario.

 

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