LAS ELECCIONES Y LA CLASE OBRERA

Redacción de Red Obrera

Los sondeos electorales nos permiten una lectura sobre el actual escenario. La centro derecha con Lescano avanza hacia Palacio, la ultraderecha levanta cabeza y ataca, y la “izquierda” que aspiraba a ganar, se derrumba.

Vizcarrismo sin vizcarra

Con la caída de Vizcarra –ahora con un pie en la cárcel-- cayó él pero no el vizcarrismo. El vizcarrismo es una forma de gobierno caudillista que utiliza la lucha contra la corrupción para darse una base social que le permita gestionar el maltrecho Estado y mantener la continuidad del modelo económico neoliberal.

Surgió como respuesta a la profunda crisis del régimen con Lava Jato y que llevó a la caída de PPK, basado en una alianza de gobierno entre diversas fuerzas políticas “antifujimoristas”, con apoyo del grueso de la burguesía, las clases medias y de la gran prensa. Su objetivo era lograr “gobernabilidad”, porque lo más necesita la burguesía es estabilidad para hacer negocios; la inestabilidad política lleve a la crisis social y ésta a la crisis económica. Esa “gobernabilidad” funcionó el 2020 permitiéndole a Vizcarra enfrentar la pandemia con una política criminal.

En el otro extremo fueron colocados el fujimorismo y el Apra identificados con la corrupción, y los sectores de derecha opuestos a la lucha de las mujeres y de las minorías sexuales por sus derechos y que promueven el movimiento “Con Mis Hijos no te Metas”.

Con el pretexto de apoyar la lucha contra este bloque la “izquierda” y las direcciones hicieron parte de esa alianza de gobierno o le ha capitulado en todo momento, renunciando a su independencia y, sobre todo, renunciando a construir un tercer campo de los trabajadores contra los dos sectores burgueses igualmente antiobreros, y con nuestra propia salida a la crisis. Por eso no enfrentaron la política de Vizcarra y Sagasti ante la pandemia.

El bloque oficialista fue golpeado con la vacancia de Vizcarra. Este fue vacado por corrupción y, aunque la mayoría del Congreso que lo decidió buscando sus propios intereses fue sancionado por grandes movilizaciones, no fue repuesto en el cargo. El oficialismo se reinstaló con Sagasti. Pero la vacancia de Vizcarra fue el punto de partida para el desmontaje de toda su maraña corrupta que culminó con el escándalo de su vacunación y el de sus familiares, lo que ahora lo coloca a un pie de ingresar a la cárcel.

Muchos celebramos este hecho, sin duda. Pero los que conforman la alianza oficialista son los que más acusan el golpe. El Gobierno de Sagasti es débil e inepto. Y sus candidatos retroceden alejándose su aspiración de continuar en el poder. Por eso esta misma alianza busca su continuidad en el poder en la otra orilla, apoyando al candidato del partido que ayer, con Merino, derrotaron y quisieron enterrar. El candidato Yohny Lescano de Acción Popular.

La emergencia de Lescano

Lescano se ha desempeñado en los últimos años como una de las individualidades de esa alianza, siendo un ala de la melcocha política que es AP, un partido burgués de larga data y con credenciales probadas de ser un fiel sirviente del gran empresariado. Lescano no tenía posibilidades de ganar las internas en AP, pero el chasco de Merino que arrastró a la cúpula partidaria y casi entierra al partido, le abrió la puerta para ser elegido, aunque solo con expectativas de sobrevivencia o reacomodo. Como candidato, Lescano es otro caudillista con discurso anticorrupción, antifujimorista y que apuesta a la defensa y continuidad del modelo económico pero con ropaje de “izquierda”. Y es un demagogo con oficio, a lo que suma su carácter provinciano con apoyo en el sur.

Esta ubicación le ha permitido capitalizar mejor el espacio del centro político donde se movía Vizcarra y que aún prevalece por las características de la crisis. Amplios sectores de las clases medias y de la burguesía buscan, en la actual situación, al menos mejores condiciones políticas para recuperar sus negocios y privilegios. Por ello la burguesía no ve a Lescano como una amenaza, al contrario lo ve como una posibilidad para reconstruir la estabilidad o “gobernabilidad” que necesita. Saliendo de la crisis sanitaria, la burguesía ve una rápida recuperación económica apoyándose en los buenos precios de los minerales y en la pérdida de derechos de la clase obrera así como en la abundancia de mano de obra barata.

Así emerge la figura de Lescano. Y, como voceros de los grandes intereses, la gran prensa pone su parte construyendo la figura de un impecable candidato, y le y ganador en las dos vueltas. Así, este señor que hace pocos meses no figuraba en ninguna encuesta y que hasta hace poco estaba en el rubro “varios” en las intenciones de voto, pasó a encabezar las encuestas faltando un mes para las elecciones.

Todos los que lo apapachan ahora son los que ayer nomás quisieron enterrar a AP y a sus congresistas por el llamado golpe de noviembre para empoderar a sus propios partidos. Y olvidan, echan tierra y silencian, el escándalo que hace dos años destaparon por la denuncia de acoso sexual a una periodista y que le costó una suspensión de 120 días del Congreso, y por el cual él, ni aún ahora, Lescano reconoce culpabilidad, sino además se victimiza --a semejanza de su maestro Vizcarra.

Fujimorismo y ultraderecha

Aun así, la lucha antifujimorista desde Palacio dio frutos, pero parciales, y produjo otras reacciones. Después del vendaval el fujimorismo sigue firme con un piso de 10% que no es poco, y si no es una opción de gobierno al menos seguirá siendo un puntal de la gobernabilidad burguesa como lo viene mostrando al apoyar al nefasto Gobierno de Sagasti. Esto es así porque dicho combate solo se enfocó en el carácter corrupto del fujimorismo, y cuando los que lideraban esa lucha eran otros tantos corruptos como mostró ser el mismo Vizcarra.

El fenómeno fujimorista es de origen político social. Tiene que ver con el carácter del régimen de Fujimori y las medidas que aplicó en los años 90 (reformas neoliberales, derrota de los grupos armados, asistencialismo), y que amplios sectores reivindican como los que nos sacaron de la crisis de entonces y que crearon las bases del despegue de los años 2000.

Esos sectores son el pleno de la burguesía. Aunque para las circunstancias muchos de ellos posan como “antifujimoristas” (antes PPK y ahora De Soto), todos reivindican al Fujimori de los 90 o, al menos, lo esencial de sus medidas, porque es sobre ellas que edificaron el ordenamiento económico y político que los beneficia y que buscan preservar, ahora por ejemplo defendiendo la Constitución del 93. Es esta ideología constantemente recreada desde arriba la que se ha afirmado en los sectores más pobres y atrasados. Es aquí donde el fujimorismo asienta sus lealtades, además del reconocimiento de la burguesía. El fujimorismo no va a desaparecer sino se combate dicha ideología, es más, si no se derrota el andamiaje que montó para beneficio de unos cuantos, si no se recupera la memoria histórica de los trabajadores que aquellos años lo enfrentaron, si no se clarifica el papel de la “izquierda” de entonces y también el rol de los movimientos armados que etiquetados como “terrucos” fueron derrotados con métodos de genocidio.

Esto solo se puede en una larga batalla construyendo un verdadero proyecto revolucionario de la clase trabajadora, y que sea capaz de ganar para su causa a los más pobres. No hay otra forma de derrotar y enterrar al fujimorismo.

La “izquierda” tiene una idea burocrática de la lucha antifujimorista. Creía que por hacer parte de la lucha interburguesa y por moverse en el plano netamente electoral de la disputa sería la beneficiada. Pero ahí tenemos el resultado: el Frente Amplio desapareció y el sector de Verónika Mendoza apenas cosecha votos. Pero además, el fujimorismo no solo se mantiene vivo además su base social no se va a la izquierda sino se desplaza hacia otros candidatos de su mismo perfil. Esto es lo que explica el surgimiento de la figura de López Aliaga en la ultraderecha.

López Aliaga es peor que el fujimorismo. Agitaron tanto contra el demonio que salió otro peor. Está contra el acuerdo Odebrecht que los fujimoristas apoyan. Está por un nuevo golpe a Sagasti por el desastre sanitario, mientras el fujimorismo lo sostiene. Se opone a las políticas sobre género y mujer que hace rato promueven detrás del movimiento “Con mis Hijos No te Metas”, a cuyo extremo no ha llegado el fujimorismo. López Aliaga es la reacción ultraderechista al fiasco que significó Vizcarra y ahora Sagasti, y que la “izquierda” no quiso enfrentar.

Sin embargo, esto no es lo peor de López Aliaga. Lo peor es su pretensión de relanzar el modelo económico y la ganancia capitalista estableciendo orden y seguridad con más represión, retirando derechos laborales, abriendo de par en par las puertas a las grandes inversiones (sobre todo mineras), recortando el gasto público mediante la reducción de 19 ministerios a 9. Es decir: infligiendo un duro golpe a la clase obrera y los sectores populares.

Es lo que añoran los sectores altos de la burguesía y de clase media alta que le apoyan. El grueso de la burguesía y sus ideólogos lo deja correr para golpear y disciplinar al otro sector, para contrarrestar a las propuestas de cambios que se escuchan desde la izquierda, y en últimas para azuzar el miedo y favorecer el apoyo a sus candidatos de centro. Pero por ahora no lo ven en Palacio porque provocaría choques y enfrentamientos prematuros. Ellos prefieren la estabilidad chicha y la continuidad que le ofrece Lescano, que además contará con el apoyo de la “izquierda” a la que entregará algún ministerio, para que contribuya a mantener maniatada a la clase obrera, mientras reedita el discurso del “antifujimorismo”.

Inminente derrota de la “izquierda”

Otra indicación que muestran las encuestas es la caída de la “izquierda”. Del 19% del 2016 la “izquierda” de Verónika Mendoza se proyecta a una votación de 8.6%, es decir, caería la mitad. Esto sería una enorme derrota porque no esperaba caer sino ganar. Y no es para menos. Nunca antes esa izquierda ha tenido la mesa tendida para ganar las elecciones: crisis y desprestigio de las viejas formaciones burguesas, y crisis económica y social aflorada tras la pandemia que mueve a las masas en busca de salidas de fondo. Pero sucede lo contrario. ¿Qué pasó?

Lo que pasó fue que esa izquierda y la dirección de la CGTP renunciaron a encabezar la lucha contra la política sanitaria del Gobierno (Vizcarra y Sagasti) que cuesta miles de vidas a la clase trabajadora; a defender los empleos y salarios, a defender a los sectores más pobres del hambre y a los pequeños negocios de la quiebra, en resumen, a levantar un programa alternativo defendido en las calles con movilización. Disposición de las bases había como lo manifestaron los diversos sectores que salieron a luchar, en especial los trabajadores de agroexportación. Pero las luchas quedaron a su suerte. Renunciaron a todo esto para dedicarse a disfrazar una política que en la práctica significa colaborar con la burguesía y el Gobierno de Vizcarra y Sagasti.

Por ejemplo, en plena terrible segunda ola se siguen aplicando  más ceses colectivos, suspensiones perfectas y despidos, y recién ahora la central convoca a una movilización. En lugares de trabajo como Shougang se extienden los contagios y se suceden muertes, pero la producción no se detiene ni por un minuto, mientras las direcciones guardan un silencio cómplice. El pueblo muere por falta de oxígeno y camas UCI, no hay vacunas y en torno a ella se desata todo tipo de discusiones, pero la central no se dice nada. En tanto, los candidatos de “izquierda”, se dedican a hacer campaña electoral como fantasmas hablando en el vacío. Por último, ante el contraataque de la derecha, en nombre de la gente necesitada, cuestionando a Sagasti por el caso de las vacunas, en lugar de oponerle una alternativa desde las masas...sale en defensa de Sagasti.

En Paraguay se desarrollan enormes movilizaciones exigiendo la caída del gobierno por su política sanitaria. Una situación así o parecida hubiera permitido empoderar a las masas trabajadores con sus reivindicaciones, derrotar a Vizcarra y Sagasti, y hubiera colocado a esa izquierda con mejores opciones para ganar las elecciones. Pero no fue así.

Con esta política, a su vez, le regaló todo el espacio para las iniciativas de la burguesía y sus agentes. Con diversas campañas ella ha ganado la conciencia de las mayorías contra la cuarentena, cuando ésta la única manera de controlar la pandemia, con la idea de que primero es la “economía” aunque tengamos que morir, porque no se le opuso ni se lucha por una alternativa de cuarentena con salarios e ingresos para todos. Al no luchar por oxígeno y camas UCI, por ejemplo, dejaron que la burguesía aparezca generosa y salvadora entregando oxígeno y otros equipos para asistir a la población, cuando son ellos los que causan muertes en las fábricas y minas. Ante la manifiesta ineptitud del Gobierno para comprar y aplicar vacunas, la CONFIEP se ofrece a hacerlo, empoderando a los privados sobre el Estado. Así la burguesía no solo lava su imagen, afianza su política del sálvese quien pueda que garantizar sus ganancias y gana simpatías, sino además instala la idea de que la crisis no es producto de una política capitalista que ella misma promueve y defiende sino de la “ineficiencia” y “corrupción” del Estado. Con esto despeja el camino para que crezca la adhesión a cualquiera de sus candidatos y le resta apoyo a la “izquierda”, cuyas ideas son exorcizadas.

No obstante, pedir otro comportamiento a esa “izquierda” (y de la dirección de la central) es como pedir peras al olmo. Esa “izquierda” no es una organización enraizada en la clase obrera y el pueblo y que obedezca a sus intereses, sino es un aparato electoral más organizado con el único interés de ocupar cargos en el Congreso o en el Gobierno. Es parte del régimen.  

Perspectiva

Estas son las condiciones que han creado la actual coyuntura en la que los trabajadores somos pasivamente llevados a escoger entre el menú electoral que la patronal nos pone sobre la mesa, debido a la defección de nuestras direcciones.

Al estar golpeadas nuestras fuerzas de clase, dispersas nuestras organizaciones y hasta confundidas nuestra propia visión, no hay forma que construyamos una expresión política común, incluso en las presentes elecciones a la cual los trabajadores concurrirán sin defender una identidad y una aspiración.

En cualquier caso es absolutamente claro que no tenemos nada que ganar en ellas. Las elecciones nunca cambian la vida, solo la lucha. Para ella necesitamos prepararnos. Y para prepararnos es indispensable que empecemos por sacar las lecciones de la experiencia que estamos viviendo, para que la historia no se repita y para saquemos la conclusión que se deriva de ella: la necesidad de que los luchadores pongan en pie una nueva dirección clasista y combativa que garantice la movilización organizada de los trabajadores con su propio programa y por su propia salida.

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