LAS VACUNAS VIP
El descubrimiento de que junto a Vizcarra se vacunaron su mujer y otros 400 altos funcionarios del Estado y sus familiares, mientras obreros y pueblo pobre mueren por covid y pasan hambre, saca a luz la verdad de que el Estado no es autónomo sino es de clase y responde a la burguesía.
Es
cierto que en muchos otros países con el mismo Estado de clase no sucede lo
mismo o al menos en esa magnitud. En España algunos oficiales se inocularon la
vacuna a espaldas del Gobierno en un acto delictivo que desató un escándalo. Pero
aquí el operativo fue casi “oficial”: fue encabezado por Vizcarra desde Palacio y lo consintió el gabinete en pleno
como si fuera algo “natural”.
Así
ocurre aquí porque el Estado de clase en Perú ha sido llevado a sus extremos bajo
el modelo neoliberal que en 20 años ha creado un poderoso grupo muy rico al
lado de una inmensa masa de pobres. Ese poderoso grupo de ricos emergió solo
porque ha usado y usa al Estado de manera ilimitada como instrumento de
acumulación y de abuso y explotación de las mayorías.
Como
son partidos los que acceden al poder para aplicar las políticas y medidas que
favorecen a los grandes ricos y someten a las mayorías, esos partidos también se
benefician y benefician a los suyos (su red de clientela). Eso explica que
tengamos la gran corrupción de Odebrecht que involucra a todos los que gobernaron
los últimos 20 años (hasta la llamada “Izquierda” de Susana Villarán). En este
contexto, el caso de Vizcarra y las vacunas es un caso más de dicho sistema.
Entonces,
no es que Vizcarra sea un “lagarto” y el problema se acaba castigando a él y a
todos sus semejantes. Hasta el lagarto necesita del fango para crecer y
alimentarse. El corrupto es el Estado y por eso solo en él las personas más
inescrupulosas como Vizcarra pueden desarrollar plenamente su mala entraña.
Por
eso también el escándalo de las vacunas arrastra al gobierno Sagasti donde
muchos de sus ministros y funcionarios aparecen en la lista “Vip” que se habría
inmunizado mientras el covid se cobra victimas por doquier hasta por la falta
de un simple cilindro de oxígeno en una pandemia que el gobierno deja correr.
Sagasti
de inmediato ha demandado una investigación y dice que irá “hasta el final”. Que
está obligado a hacer algo es inevitable dada su fragilidad en medio del volcán
que es la crisis que vivimos. Pero que vaya “hasta el final” es casi imposible
porque equivale a intentar barrer un inmenso basural con una sola escoba.
Por
eso también Sagasti no difiere de Vizcarra en el tratamiento de la pandemia. Ahora
gestiona la compra de vacunas, pero eso lo hacen todos los gobiernos y éste con
retraso y con más bombo y platillos. Sagasti sigue centrado (como lo hizo
Vizcarra) en proteger los negocios capitalistas antes que la salud del pueblo. Por
eso ahora estamos peor porque sabiendo que venía la segunda ola no se preparó
para enfrentarla.
Por
eso estamos como estamos. Las cifras son de terror: el sábado 13 llegamos a 1,039
fallecidos en un solo día (Sinadef), superando el record anterior que llegó a
1,003 el 9 de agosto. Lo peor es que el terror continúa sin que sepamos cuándo parará
esta desgracia porque Sagasti hace poco o nada para contener la pandemia.
Con
Sagasti también hay corrupción. En las compras de equipos de refrigeración para
las vacunas y en la compra de las vacunas chinas al precio más alto del mundo
hay cuestionamientos. Sagasti y su círculo pueden ser íntegros pero el Estado (y
las relaciones de mercado que establece) está diseñado para corromper.
Por
esta razón también los que ocupan altos cargos en el Estado no se consideran trabajadores
sino privilegiados. Esta comprensión lo vemos cuando la canciller Elizabeth
Astete que acaba de renunciar por vacunarse a escondidas, dice que lo hizo porque
“no podía darse el lujo” de enfermar
dada su investidura. También lo vemos en el Congreso donde un parlamentario se
atrevió a pedir a viva voz lo que sus colegas reclaman por lo bajo: primero
deben vacunarse ellos y su personal (3 mil empleados para 120 congresistas). Todos
ellos sienten que tienen privilegios de casta.
En
la conquista los españoles exterminaron a 11 millones de indígenas que consideraban
una raza inferior. Con la “independencia” perduraron las mismas formas serviles
y esclavistas de explotación, sumiendo y exterminando a otro sector de la
población. Desde el gobierno militar de Velazco, ante los estallidos sociales, se
aplicaron reformas intentando disfrazar la naturaleza del Estado para que
pareciera de “ciudadanos”.
Sin
embargo, con el modelo neoliberal, que trajo una mayor presencia del
imperialismo en el conjunto de la economía, en alianza con la burguesía local, se
saquea al país y se hace más rico a un puñado mientras se sume en la
explotación y miseria a las mayorías, y el Estado recupera sus viejas formas
revelando con brutalidad su naturaleza de clase.
Solo
esto explica que hoy vivamos una verdadera masacre.
Contra
todos los que trataban el problema indígena como un tema “moral”, Mariátegui decía
que era sobre todo un problema económico
y social. Lo mismo decimos hoy: el problema del Gobierno- Estado no es un
asunto moral de algunas personas sino un problema económico-social: es su
naturaleza de clase como instrumento y maquinaria del dominio capitalista e imperialista
en el país.
Por
ello, por más que los moralistas de todo color se rasguen las vestiduras y prometen
de todo, la única forma de cambiar al Estado burgués es acabando con él, y edificando
otro, un Estado de los Trabajadores, de obreros, campesinos y pobres que son la
verdadera fuerza productiva de la nación. Un Estado que solo se puede construir
rompiendo con el dominio imperialista y capitalista y tomando el control de las
principales fuentes de riqueza.
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